Por Alejandra Bernat
El 19 de
Junio de 1613 se estableció como fecha de fundación de la Universidad de
Córdoba, la primera Universidad y la que luego de trescientos cinco años se
plasmara como el ícono de la reforma universitaria, movimiento que alcanzara a
toda la América Latina.
El 19 de
Junio de 2013, a cuatrocientos años de
su fundación, la Presidente
de la Nación
imbuida en un relato democratizador que se expresa como parte de la contienda
que lleva adelante el Gobierno contra el Poder Judicial, hizo su discurso – que
luego con matices reiteró en el acto del 20 de junio en la Ciudad Rosario –
donde contrastó a su entender realidades de resultados de procesos históricos:
el de la reforma universitaria que caló
profundamente derrumbando parcialmente el sistema de castas que
gobernaban el pensamiento y la educación contra el sistema corporativo del
poder judicial nacional.
Quizás
debería recordar ahora que el ícono de la reforma donde la Presidente habló con
loas del ejemplo democrático del gobierno universitario es la Universidad cuyo
Rector y Consejo Superior ha intervenido atacando sistemáticamente en este
último período a los docentes de los Colegios Preuniversitarios que reclamaban
por sus derechos.
No se
trata aquí de adentrar en las consideraciones que hacen al debate político
sobre la reforma judicial, donde ni Gobierno ni opositores republicanos de todo
tinte y color plantean una democratización real del sistema judicial actual, y
donde los más abyectos adoctrinados k y opositores a su modo deforman
permanentemente conceptos como “voluntad
popular”, “representación democrática” – si aún se pretendiera entender que en
el sistema social actual estos conceptos pueden tener un eco válido – . Pero
viene a cuento este tema cuando se pretende oponer a las carencias democráticas
del poder judicial las supuestas virtudes existentes de un sistema
universitario democráticamente representativo. Más que una falacia, se trata de
un discurso de embustes y artero.
El
sistema universitario actual lejos de ser la panacea de la democracia popular,
se ha consolidado como sistema de castas donde cada Universidad es dirigida por
una camarilla gobernante que lejos de ser representativa del conjunto de la
comunidad educativa responde a intereses corporativos ligados a los diferentes
negocios que les ofrece el sistema capitalista actual en este país. Los
convenios con grandes empresas son moneda que corre en una tendencia creciente
que privatiza el conocimiento. Los negocios con los Monsanto, La Alumbrera , Laboratorios,
Empresas Automotrices, etc… dan cuenta del interés subyacente y tan alejado de
una supuesta función social que debería regir la producción científica y
académica de nuestras “Altas Casas de Estudio”.
La
carencia de una planificación educativa y del presupuesto necesario que ponga a
estas Universidades al servicio de las grandes mayorías populares sigue perenne
y se revela en cada negocio.
La
autonomía universitaria se opone para vulnerar los derechos más básicos de los
trabajadores. La inexistencia de un convenio colectivo de trabajo para todos
los docentes universitarios que regule mínimas y necesarias condiciones
laborales también da cuenta de ello. Una discusión varada que lleva años donde
el Consejo de Rectores de las Universidades Nacionales junto al Ministerio de
Educación imponen preliminarmente cláusulas que ya anticipan la suerte de lo
que aún no es: podrá haber un convenio nacional pero cada Universidad en
función de la autonomía podrá desentenderse de él si así se dispone.
La
autonomía universitaria es transformada en su concepción histórica y se la
fogonea discursivamente para disfrazar una supuesta defensa de no intervención
del poder gubernamental de turno por la legitimación de un poder actuar
desconociendo derechos humanos básicos reconocidos constitucionalmente: como el
derecho a trabajar recibiendo una remuneración justa y la protección del
trabajador contra el despido arbitrario. A poco que uno da cuenta de que en la Universidad trabajan
docentes que no cobran ningún salario, no tienen cobertura social ni frente a
riesgos del trabajo, o han sido contratados precariamente, o son despedidos sin
justa causa ni son indemnizados… La autonomía de las autoridades es la
autonomía bajo la cual crecen día a día en cifras de cientos y miles los
docentes ad honorem, los interinos, los cesanteados.
Una
democratización inexistente, ya que una casta profesoral sigue siendo la
directora de la
Universidad , casta sobre representada con relación a la
decena de miles de docentes y cientos de miles de estudiantes. Una autonomía
ultrajada.
Gobiernos
universitarios donde conviven y superviven los acuerdos políticos, donde la
mano del Gobierno y la oposición republicana no dudan en estrecharse para
mantener sus negocios y para desconocer derechos elementales. Así, por ejemplo,
la Universidad
de Buenos Aires cuenta con un gobierno universitario donde kirchneristas, filo
kirchneristas, radicales de la reforma, radicales pro, macristas, cartistas y
no cartistas, populistas y republicanos se anudan y desanudan en su
conveniencia y marchan todos juntos cuando se trata de defender ese derruido y
corrompido sistema de castas que le permite una autonomía patronal que
confronta cotidianamente con trabajadores docentes y no docentes, y
estudiantes.
Demás
está recordar que las Asambleas Universitarias donde se produjeron la elección
y reelección del Rector de la
Universidad de Buenos Aires en los años 2006 y 2009 se
realizaron en el Congreso Nacional con el aval del Poder Legislativo, fueron
legitimadas por el Poder Judicial a través de jueces contenciosos nacionales
que declararon la legalidad del adelantamiento y superposición de mandatos como
sucedió en el año 2009, y se garantizaron con represión mediante a cargo de la
policía federal que depende del Poder Ejecutivo Nacional.
Un
discurso mendaz que claramente tiene la función de ocultar la realidad
existente en nuestras Universidades no puede rebatirse sólo a través de otro
discurso.
La
apertura de un proceso genuinamente democratizador se ha puesto nuevamente en
evidencia. Este proceso deberá reunir a todos aquellos que con independencia de
los gobiernos de turno exprese un programa que atienda a la defensa legítima de
los derechos de trabajadores y estudiantes. La democratización de la Universidad no es un
problema institucional o formal, es un problema concreto, material que implica
no soslayar que intereses presentes están en abierta confrontación, en pugna
permanente. No hay gobierno universitario que implique la representación de
todos los sectores de la
Universidad si lo que se defiende son los intereses de
corporaciones, de empresas, mineras y grandes laboratorios, porque esos
intereses son contrarios a un conocimiento dispuesto al servicio del pueblo y
respetuoso de derechos básicos y elementales. No lo podrá haber, es
contranatura.
Los dolores
que nos quedan, son las libertades que faltan y las libertades que faltan no
pueden ser realizadas si quienes debieran realizarse desde la humanidad más
simple están condicionados materialmente en su subsistencia.
El
obsoleto andamiaje que aún monopoliza el debate sobre democracia, legitimidad y
participación se pone en cuestionamiento, si la voluntad y la conciencia
existe, de la misma manera que la copa de cristal, a pesar de ser de tan noble
material en su carácter esencial la aqueja la fragilidad.

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