A SESENTA AÑOS DEL ASESINATO DEL MATRIMONIO ESTADOUNIDENSE
(AW) Al cumplirse mañana, 19 de junio, 60 años del asesinato
en la sillla eléctrica del matrimonio formado Julius Rosemberg y Ethel
Greenglass Rosemberg, publicamos este artículo del escritor Luciano Andrés Valencia.-
Por Luciano Andrés Valencia
( valencialuciano@gmail.com)
La tarde del 19 de
junio de 1953 un fuerte operativo policial se desplegó sobre la tristemente
célebre cárcel de Sing Sing en la ciudad de Nueva York. En su interior, agentes
del FBI en conexión telefónica con Washington esperaban ansiosos en el Pabellón
de la Muerte a que el matrimonio formado por Julius Rosemberg y Ethel
Greenglass Rosemberg confesara sus presuntas actividades de espionaje, lo único
que podía salvarlos de la inminente ejecución.
A pocos kilómetros
al sur, en la unión Square, alrededor de 7 mil personas se manifestaban
reclamando un indulto para los únicos civiles estadounidenses condenados a
muerte bajo cargos de espionaje. Frente a ellos y separados por un cordón
policial, grupos ultraderechistas llegados de todo el país y alentados por los
discursos chovinistas y anti-comunistas del senador Joseph Mc Carthy levantaban
pancartas con la leyenda “Muerte a las ratas comunistas”. Actos similares se
llevaron a cabo frente a la Casa Blanca en Washington.
Alrededor de las 20:00 horas Julius Rosemberg fue conducido
a la silla eléctrica. Estaba pálido, ojeroso y le temblaron las piernas cuando
vio la silla, pero se mantuvo silencioso frente a los verdugos. No había
hablado desde aquella mañana cuando exclamó: “Nunca los dejes cambiar la verdad
sobre nuestra inocencia”. Luego de las acostumbradas descargas, una corta y dos
largas, se lo declaró muerto a las 20:06. A continuación le llegó el turno a su
esposa. Pese a ser una mujer pequeña y supuestamente frágil, Ethel soportó tres
descargas antes de fallecer, hecho que se responsabilizó al diseño de la silla,
pensada para alguien de mayor envergadura y cuyos electrodos no se ajustaban
adecuadamente al cuerpo de la mujer.
Ethel Greenglass
había nacido el 28 de septiembre de 1915. Su esposo Julius Rosemberg el 12 de
mayo de 1918. Ambos pertenecían a familias pobres de origen judío que pugnaban
por subsistir en el barrio neoyorquino de Lowe East Side durante los años de la
Crisis Económica Mundial de 1930. Gracias a sus calificaciones Julius pudo ingresar
a los 16 años al City College de Nueva York donde se especializó como
ingeniero, aunque su padre quería que fuera rabino. Indignado por los horrores
del nazismo en Alemania, y las desigualdades sociales y etnoraciales en los
Estados Unidos, se afilió al Partido Comunista (PC) y comenzó a participar
activamente en la Liga de Jóvenes Comunistas.
Por su parte, Ethel
Greenglass, agobiada por los problemas económicos de su familia, debió
abandonar el colegio a los 15 años para trabajar como secretaria en una
compañía naviera por siete dólares a la semana. Cuatro años después fue
despedida por organizar una huelga de 150 mujeres, lo que generó un reclamo que
obtuvo el apoyo del Consejo de Relaciones Laborales.
Ethel y Julius se
conocieron y se enamoraron en una fiesta a beneficio del Sindicato
Internacional de Marítimos. Ella lo animó a obtener su título de Ingeniero
Eléctrico en 1939, poco antes de contraer matrimonio. En 1940 Julius fue
contratado como ingeniero civil en el Servicio de Transmisiones del Ejército.
Al año siguiente se lo promovió a Ingeniero Inspector, lo que representaba un
aumento salarial pero también la exigencia de viajar entre Nueva York y Nueva
Jersey. En 1943, al nacer su primer hijo, ambos se desafiliaron del Partido
Comunista –Ethel se había afiliado junto a su hermano David luego de conocer a
Julius-, pero dos años después Julius fue despedido de su trabajo por haber
negado su militancia comunista.
La militancia
comunista de los Rosemberg sería utilizada años mas tarde por el jurado
macarthista como “prueba irrefutable” de sus actividades anti-estadounidenses.
El origen del
juicio a los Rosemberg debe buscarse en las filtraciones de secretos nucleares
que se dieron en el Laboratorio de Los Álamos (Nuevo México), y en la
Universidad de Berkeley, donde un importante sector de la intelectualidad era
partidario de ideas de izquierda. No es de extrañar que esta última fuera uno
de los centros de las protestas que se dieron en los años sesenta a favor del
Movimiento por la Libertad de Expresión y en oposición a la Guerra de Vietnam.
El 28 de agosto de
1948 la Unión Soviética probó su primera bomba atómica. Al año siguiente, el
FBI descubrió que la KGB (el servicio secreto soviético) tenía un borrador del
Proyecto Manhattan, el plan secreto de los Estados Unidos para construir una
bomba atómica. Este proyecto había sido escrito por el alemán Klaus Fuchs, que
trabajó en Los Álamos y fundó luego un Laboratorio en el Instituto Harvell de
Investigación Atómica en Gran Bretaña. Fuchs confesó haberse unido al Partido
Comunista alemán en 1933 para resistir al nazismo y que espiaba para la URSS
desde que escapó a Gran Bretaña y se empleó en el Programa Británico de
Investigación Atómica. También dijo que al ser transferido a Estados Unidos
entró en contacto con un mensajero al que llamaba Raymond. En 1945, cuando la
guerra estaba por terminar y era evidente que los alemanes no desarrollarían
una bomba similar, Fuchs puso en duda los objetivos estadounidenses y los
peligros del monopolio de un arma tan poderosa, por lo que dio a Raymond los
planos del artefacto que fue probado por primera vez en el Desierto de Nuevo
México.
Con los datos
suministrados por Fuchs el FBI detuvo a Raymond, que resultó ser el químico
Harry Gold. Este a su vez, confesó que
su jefe era el vicecónsul soviético en Nueva York Anatoli Yakovlev y su
contacto el mecánico de Los Álamos David Greenglass –hermano de Ethel-, que
había recibido 500 dólares por esquemas del mecanismo de detonación, moldes de
lentes y estructuras internas de la bomba.
Sin embargo, el
Premio Nobel Harold Urey expresó su opinión de que “un hombre con la capacidad
de Greenglass es totalmente incapaz de transmitir a nadie la física, química y
naturaleza de la bomba”, poniendo en duda la veracidad de la confesión.
David Greenglass
fue detenido el 15 de junio de 1950 y acusó a su cuñado de pertenecer a una red
de espionaje y de haber recibido 4000 dólares para huir con su familia del
país. Julius fue detenido dos días después. Su esposa Ethel fue llevada en
custodia el 11 de agosto de manera inesperada, sin darle tiempo siquiera para
arreglar a alguien para que cuidara a sus hijos.
El juicio al
matrimonio Rosemberg se inició el 6 de marzo de 1951 y estuvo plagado de
irregularidades. En primer lugar, la única evidencia que se tenía contra la
pareja eran las confesiones de los supuestos espías, algunos de los cuales
declararían años después que acusaron a los demás bajo las amenazas del FBI. En
segundo lugar, se los juzgó bajo el Acta de Espionaje de 1917 que dictaba pena
de muerte para este tipo de delitos en tiempos de guerra, aunque los Estados
Unidos no estaban en guerra declarada con la Unión Soviética. Si bien la Guerra
de Corea, que se produjo entre Corea del Norte (comunista) y Corea del Sur
(capitalista), actuó como enfrentamiento encubierto entre la URSS y Estados
Unidos que apoyaron a uno y otro bando, no hubo declaración oficial de
conflicto entre ambas potencias, y su comienzo fue el 25 de julio de 1950, un
mes después del arresto de Julius Rosemberg.
Las causas de su
condena hay que buscarlas también en el contexto del macarthismo, en que vivían
los Estados Unidos en esa época. Entre 1950 y 1954, Joseph Mc Carthy organizó y
dirigió el Comité de Actividades Anti-Estadounidenses del Senado, desde donde
lanzó la mayor operación de investigación, acoso y persecución a políticos,
sindicalistas, intelectuales y artistas que tenían posiciones políticas de
izquierda, liberales y progresistas.
Sobre este periodo
siniestro de la historia estadounidense, escribió Eduardo Galeano: “El senador
Joseph McCarthy siembra el miedo en los Estados Unidos. Y por orden del miedo
que manda asustando, se asfixia la libertad, se prohíben libros, se prohíben
ideas, los ciudadanos denuncian antes de ser denunciados, quién piensa atenta
contra la seguridad nacional y quién discrepa es un espía al servicio del
enemigo comunista” (“Mapa de la Guerra Fría”, en Espejos, una historia casi
universal, 2007).
En este contexto de
paranoia en que se desarrolló el juicio, el Tribunal acusó a los Rosemberg de
haber roto el monopolio de Estados Unidos sobre la Bomba Atómica, lo que los
hacía responsables de las miles de muertes estadounidenses durante la Guerra de
Corea, además de las que pudieran ocurrir en el futuro en caso de un conflicto
con la Unión Soviética. Los Rosemberg nunca dejaron de proclamar su inocencia,
pero no pudieron con las agudas réplicas del fiscal Irving Saypol.
El 15 de abril de
1951, el Jurado dictó un veredicto unánime contra los acusados. El juez Irving
R. Kaufman, al sentenciarlos a la silla eléctrica, dijo que “su crimen es peor
que el asesinato”.
Los otros acusados
recibieron penas menores en beneficio por haberse declarado culpables: Klaus
Fuchs recibió una condena de 14 años, David Greenglass fue sentenciado a 15
tras un acuerdo para no culpar a su esposa Ruth, Harry Gold ya había sido
sentenciado a 30 años y Morton Sobell (compañero universitario de Julius
Rosemberg arrestado en México) obtuvo 30 años.
La sentencia tardó
más de dos años en ejecutarse debido a que se sucedieron 23 apelaciones
–incluyendo siete a nivel de la Corte Suprema-, por las que pasaron 112 jueces.
En todas las oportunidades se los presionó para que declararan su culpabilidad
a fin de evitar la pena de muerte, a lo que ellos se negaron proclamando su
inocencia. Mientras tanto permanecieron en el Pabellón de la Muerte,
comunicándose muy poco entre ellos, y recibiendo infrecuentemente la visita de
sus pequeños hijos Michael y Robby.
Al mismo tiempo se
realizaron numerosas manifestaciones de solidaridad en los Estados Unidos y en
el resto del mundo. Un grupo de estadounidenses ilustres entre los que se
encontraban el antiguo gobernador de California Culbert Olson, el científico
ganador del Premio Nobel Linus Paulin, el sociólogo Lewis Mumford y numerosos
juristas, educadores y religiosos, emitieron un comunicado pidiendo clemencia
por los condenados. Figuras internacionales como el físico ganador del Premio
Nobel Albert Einstein y el Papa Pio XII hicieron llegar sus reclamos al
presidente Dwight Eisenhower, quién no se conmovió.
La ejecución fijada
para el 19 de junio a las 23:00 horas debió adelantarse a las 20:00 ya que
coincidía con pleno sabbath judío. En su última carta Ethel escribió: “No estoy
sola, muero con honor y dignidad sabiendo que mi esposo y yo seremos
reivindicados por la historia”.
Hasta horas de la
tarde, mientras se producían manifestaciones a favor y en contra en varias
ciudades del país, los agentes del FBI esperaron una confesión que detuviera la
ejecución. Al no producirse se les leyó una carta del presidente Eisenhower:
“Yo solo puedo decir que las actividades de los Rosemberg, probadas por las
distintas instancias judiciales, en caso de guerra nuclear pueden haber ayudado
a la condena de millones de personas que inevitablemente morirían en todo el
mundo. La ejecución de dos seres humanos es una cuestión importante, pero mas
grave es poner en riesgo la vida de muchos millones de inocentes”. Poco después
fueron asesinados en la silla eléctrica dejando huérfanos a dos niños de 6 y 9
años. Ocho días después finalizaba la Guerra de Corea, con un saldo de 4
millones de muertos, 44 mil de los cuales correspondían a los Estados Unidos.
Una multitud de 8
mil personas asistió al funeral del matrimonio Rosemberg, que se realizó en
Brooklin, convencidos de su inocencia. En muchas partes del mundo se realizaron
manifestaciones de rechazo de todo tipo. El poeta argentino José Pedroni
publicó un poema titulado “A Ethel Rosemberg” que luego el cantor popular Jorge
Cafrune grabó con su propia voz [En recuadro].
Sin embargo, el
polémico director del FBI Edgard J. Hoover consideró que los Rosemberg habían
cometido “el crimen del siglo” y que el juicio fue “uno de los grandes logros”
de la agencia federal. Un año después del brutal asesinato, el Congreso aprobó
una Ley que permitía castigar con la pena de muerte los casos de espionaje en
tiempos de paz. Esta normativa fue llamada cínicamente “Ley Rosemberg”.
El desprestigio al
que fueron sometidos los Rosemberg, aún después de su muerte, llevó a que sus
pequeños hijos fueran reconocidos, acusados y expulsados de la escuela. Pasado
un tiempo en que nadie quiso hacerse cargo de ellos, fueron adoptados por un
matrimonio de intelectuales de izquierda, que les cambió el apellido par
protegerlos de posibles represalias.
En 1960 David
Greenglass salió en libertad condicional luego de permanecer diez años en
prisión. Seis años después declaró que él había incriminado en falso a su
hermana para salvarse de la ejecución y “porque no estaba dispuesto a
sacrificar a mi mujer y a mis hijos por mi hermana”. Varios años después Pavel
Sudoplatov, jefe de la KGB durante el proceso a los Rosemberg, confirmó que el
matrimonio nunca había pertenecido a las redes de espionaje soviético,
desmintiendo al Proyecto Venona –publicado en 1995 por el FBI y los servicios
secretos estadounidenses-, que sostenían que Julius Rosemberg podría haber
trabajado para la URSS pero no su esposa. No obstante, Sudoplatov dijo que el juicio
a los Rosemberg fue muy positivo para ellos ya que desvió la investigación del
verdadero canal por donde se filtraba la información. Podemos decir –utilizando
la expresión de James Petras-, que en la Unión Soviética prevaleció el realismo
de Estado por sobre la solidaridad internacional.
En 1993 la
Asociación Americana de Abogados reconstruyó durante un día y medio el proceso
a los Rosemberg y concluyó que eran inocentes de los cargos imputados.
El filósofo
existencialista Jean Paúl Sartre definió al proceso como “un linchamiento legal
que mancha con sangre a todo el país”. Lamentablemente se suma a una larga
lista de crímenes cometidos por el Imperio y su Justicia de clase contra
aquellas personas que no comulgan con sus ideas políticas y económicas, más aún
si pertenecen a minorías sociales, étnicas o sexuales. Los Rosemberg,
matrimonio de trabajadores judíos y comunistas, sufrieron el mismo destino que
los Mártires de Chicago en 1887 y los anarquistas italianos Sacco y Vanzetti en
1927.
Mientras dos
inocentes eran asesinados, los Estados Unidos abrían sus puertas a criminales
de guerra nazis, y su gobierno apoyaba a feroces dictaduras como la de
Francisco Franco en España y Carlos Castillo Armas en Guatemala.
Ethel Greenglass
Rosemberg era poeta, y aspirante a actriz y cantante. En 1953 dejó escrito un
poema titulado “Si Morimos” en donde se despedía de sus pequeños hijos:
Ustedes sabrán, mis hijos, sabrán
porqué dejamos las canciones sin hacer,
los libros sin leer, el trabajo sin hacer
para descansar bajo la grama.
No mas lamentos mis hijos, no mas
porque las mentiras y las calumnias fueron montadas.
Las lágrimas que derramamos y el dolor que nos penetra
para todos deberá ser proclamado.
La tierra sonreirá, mis hijos, sonreirá
y el verde sobre nuestro lugar de reposo crecerá
el crimen finalizará, el mundo se regocijará en hermandad y
paz.
Trabajen y construyan, mis hijos, construyan un monumento al
amor y a la alegría
al valor humano, a la fe que guardamos por ustedes, mis
hijos,
por ustedes.
A Ethel Rosenberg
Letra: José Pedroni
Música: Jorge Cafrune
“. . .pero como a las tres primeras descargas los médicos no
hubieran comprobado el deceso, se le aplicaron dos más. . .”
EEUU - Cárcel de Sing Sing, 19/6/1953
Yo no sé si eras o no culpable,
oh, muerta mía inesperada.
Sé que eras madre de Michael y de Robby
y que como yo cantabas.
Yo tuve como Robby
seis años inocentes,
y como Michael diez de risa despeinada.
Y tuve una madre triste. Nunca pensé
que nadie me la matara.
Nunca pensé que a una
monstruosa silla
pudiera estar atada,
y que le dieran muerte cinco veces
hasta que de mí se olvidara.
Todo el mundo te sentía
inocente,
porque cantabas.
Todo el mundo te había perdonado.
Eras la dulce perdonada.
Tú no habías destruido una ciudad entera,
con hombre, árbol y casa.
Habías revelado, dicen, el secreto
de un arma.
Mi madre siempre me alejó de ellas.
Tenía miedo de tocarlas.
Todo el pueblo te había perdonado,
porque cantabas;
te había abierto las puertas del regreso;
te había dicho: -Anda.
Eras madre de Michael y de Robby.
Afuera estaban con paloma y rama.
Creen que te mataron y no es cierto.
Ya estabas libertada.
Has salido de viaje por el mundo.
Hoy entraste a mi casa.
Te sentaste a mi mesa sin hablar.
Eres eterna y blanca.
1953
Luciano Andrés Valencia es escritor. Publica artículos en
medios alternativos y páginas de Internet. Contacto: valencialuciano@gmail.com.
Fuente:
http://www.agenciawalsh.org/index.php?option=com_content&view=article&id=10796&Itemid=180
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