14 de julio 1.921 condenan a Nicola Sacco y Bartolomeo
Vanzetti, acusados de asesinar a dos hombres una fábrica de zapatos.
Por Osvaldo Bayer (nota del año 2007)
Ochenta años de uno de los crímenes “legales” más mentados.
El de Sacco y Vanzetti, cometido por el poder de Estados Unidos, en la ciudad
de Boston. La silla eléctrica. Pero no pudieron matarlos en la memoria. Sacco y
Vanzetti pasaron a ser, para siempre, “Héroes del pueblo”. Publicaciones,
actos, conferencias, obras de teatro, filmes, hermosas canciones, los
recuerdan. Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, un zapatero y un vendedor de
pescado, así de humildes. Dos italianos inmigrantes. Pero saltaron a la gloria.
A los jueces, a los funcionarios que actuaron en este increíble crimen legal ni
se los recuerda. Pero se los nombra. Principalmente al juez Fuller. En
realidad, todos los jueces que interpretan las leyes a favor del poder quedan
en la lista negra de la historia.
Como hacen los norteamericanos, cuarenta años después del
crimen oficial contra Sacco y Vanzetti pidieron disculpas. Había sido una
“equivocación”. Claro, entonces era fácil, ya estaban muertos. La misma
conducta norteamericana contra aquellos también héroes populares, condenados a
muerte –esta vez en la horca– por pedir las ocho horas de trabajo. Fueron “Los
Mártires de Chicago”, a cuyo recuerdo se debe para siempre el 1º de Mayo como
Día de los Trabajadores. También, cien años después de ese crimen infame, la
Justicia norteamericana pidió disculpas. Porque fue una “equivocación”.
Sacco y Vanzetti. Libertarios. Luchadores por la Igualdad en
Libertad. Dos anarquistas. Con la palabra y el ejemplo. Cuando fueron
detenidos, sin ninguna prueba, se los acusó de un atentado. La policía supo
hacer la trampa. El juez Fuller y los demás no se tomaron ningún trabajo. Se
“dejaron llevar” por las “pruebas policiales”. Total era lo mismo, si no habían
cometido ese delito valía la pena matarlos por sus ideas. Bush también los
hubiera calificado de terroristas. Y eso basta.
Fue impresionante cómo la palabra Solidaridad, en todo el
mundo, se hizo protagonista. En todos los países hubo mitines, huelgas,
protestas, atentados de repudio por Sacco y Vanzetti. En la Argentina, ni que
hablar. Los anarquistas no eran niños de pecho. Ante la violencia de arriba no
se prosternaban ni huían. Respondían. El 16 de mayo de 1926, a las 23, estalla
la protesta en Buenos Aires con una bomba en la embajada norteamericana, en Arroyo
y Carlos Pellegrini. El boquete que abre la explosión es tan grande que los
policías que llegan pueden entrar por él al edificio. El escudo de Estados
Unidos va a parar al medio de la calle. Del almacén de enfrente caen las
botellas de las estanterías. Poco después, como se usa, los más altos
funcionarios de la policía del gobierno radical de Alvear, encabezados por el
jefe de Investigaciones, Santiago, irán a pedirle disculpas al embajador
norteamericano y asegurarle que los culpables caerían muy pronto. Pero no sería
la única. El 22 de julio de 1927 estalla una bomba en el pedestal de la estatua
a Washington, en Palermo. Un banco de mármol, situado junto al monumento, va a
parar a cinco cuadras del lugar. Cincuenta minutos después estalla otro artefacto
en la empresa Ford, de Perú y (hoy) Hipólito Yrigoyen. El automóvil último
modelo expuesto en la vidriera queda totalmente inutilizado.
Por supuesto la policía detiene a toda persona con rostro
sospechoso de anarquista. Y el comisario Santiago hace declaraciones
optimistas. Pero esa misma noche, el 16 de agosto, explota en su lujosa
residencia, Rawson 944, un artefacto que lo deja sin comedor, sin los muebles
de esa habitación, sin balcón y sin ventana. Después de esto, el comisario
Santiago no hará más declaraciones a los periodistas. Santiago pasó a la
historia por inventar el suplicio llamado “pileta” para hacer hablar a los
detenidos. Es decir, sumergirle la cabeza en una pileta de agua, hasta el
límite.
Pero llegará la noche de la ejecución de los dos héroes, en
Charlestown. Buenos Aires siguió ante las pizarras de los diarios, paso a paso,
la ejecución de los dos inocentes. Hasta que apareció escrito: “Fueron
ejecutados, primero Sacco, luego Vanzetti. Antes de morir gritaron: ¡Viva la
Anarquía!”.
Buenos Aires vivió ese día la ira del pueblo. El paro fue
general, ordenado por las centrales obreras. Todo el día explotaron petardos
como gritos de furiosa protesta, manifestaciones, enfrentamientos con la
policía. Como símbolo quedó un tranvía quemado en el centro de Buenos Aires.
El diario anarquista Cúlmine dirá: “Debemos oponer nuestros
instrumentos vengadores que quemarán los mil tentáculos monstruosos de la fiera
vampírica que envuelven todos los senderos de la tierra. Nuestra dinamita
purificará los lugares que la maldita casta del dólar ha apestado”.
Seguirán los atentados, dos de ellos al CitiBank y al Banco
de Boston.
Y volvemos al principio: no hay violencia de abajo cuando
primero no hay violencia de arriba.

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